Aritxe y yo

Aritxe y yo

sábado, 29 de enero de 2011

Apelando al terrorismo y a la crisis económica, los gobiernos “democráticos” se tiñen de autoritarismo y recortan los derechos humanos y económicos que la sociedad civil tardó en alcanzar siglos. ¿Cuánto estás dispuesto a tolerar?

El verano pasado, el gobierno francés expulsó a cientos de gitanos, violando sus derechos en una actuación claramente xenófoba. Esta semana, la Asamblea Nacional francesa prepara la supresión de cinco autoridades en defensa de los derechos civiles para concentrar sus competencias en un Defensor de Derechos nombrado a dedo por Sarkozy. Cincuenta organizaciones de derechos humanos se oponen.

Una nueva ley de prensa húngara controla qué se puede publicar o no. Y amenaza con multas superiores a 700.000 euros a quienes atenten contra el interés público, el orden público y la moral… según un comité de políticos del partido del primer ministro húngaro.
La Unión Europea facilita a Estados Unidos hasta 34 datos personales de cada europeo que viaje a ese país. Y hace poco el gobierno estadounidense forzó a Twitter a revelar información confidencial (direcciones de email, números de teléfono, mensajes privados y dirección IP) de cinco personas inscritas en esa red relacionadas con Wikileaks; su fundador Julián Assange, la diputada islandesa Brigitta Jonsdottir y otros tres ciudadanos. Y Guantánamo no se cierra…

Es una muestra de actuaciones autoritarias y violaciones de derechos, pero hay muchas más. Vamos hacia atrás.

Stefano Rodotá, profesor emérito de derecho en Roma, asegura que hoy Italia es un laboratorio de totalitarismo, en tanto que The Economist considera el modo de gobernar de Berlusconi una nueva forma de fascismo. En Rusia, Vladimir Putin “tiene montado un chiringuito de poder y corrupción cuya Justicia manda a la cárcel a sus adversarios, políticos o magnates de la economía, si se cruzan en su camino”, denuncia el periodista Miguel Bastenier.

Pero no sólo Italia y Rusia

Tras el atentado contra las Torres Gemelas, Trent Lott, senador de los Estados Unidos, aseguró impertérrito que “en tiempos de guerra hay que abordar de manera diferente las libertades públicas”. Y la juez del Tribunal Supremo de ese país, Sandra Day O’Connor, advirtió que “vamos a conocer las peores restricciones a nuestras libertades de toda nuestra historia”.

Desde entonces, gobiernos presuntamente democráticos han invadido el poder legislativo y judicial y han restringido y violado derechos civiles y políticos.
Intervenciones telefónicas e irrupciones en Internet sin autorización judicial, encarcelamientos sin intervención del juez, ausencia de garantías procesales a acusados de terrorismo, recortes de libertad de expresión así como del derecho a la información, aceptación de la tortura…

Los desmanes contra derechos humanos y las sangrientas dictaduras del siglo XX se perpetraron en nombre de la lucha contra el comunismo. Desaparecido el comunismo, se violan derechos en nombre de la seguridad contra el terrorismo. Hoy, también en nombre del crecimiento económico.

El nuevo autoritarismo no utiliza mascaradas con uniformes pardos o negros, liturgias delirantes, brazos en alto, oleadas de banderas y símbolos totémicos. Este autoritarismo controla medios de comunicación para desinformar, engañar, hipnotizar y manipular. Mentira y desfachatez son sus reglas para mantener ignorante, desorientada y adormecida a la ciudadanía y vaciar la democracia.

Este autoritarismo, camuflado de democracia disminuida (casi reducida a ritual electoral), se agudizó al inicio de la lucha contra el terrorismo a principios de siglo. Este autoritarismo ha sido y es violación de derechos cívicos y políticos. Pero hoy, la crisis ha dado alas y pretextos a los poderosos para asaltar también los derechos económicos y sociales. Y reducen o eliminan derechos laborales, disminuyen pensiones, recortan presupuestos de salud y educación públicas, hacen inalcanzable la vivienda, desahucian en masa a ciudadanos pobres…

Este asalto a derechos económicos y sociales, que a principios del XXI no podían justificar en nombre de la lucha contra el terrorismo, hoy lo perpetran con desfachatez en nombre del crecimiento económico. El crecimiento (dicen) es estabilidad y disminución del desempleo. Algo cada vez más lejos, por cierto.

El caso es que entre el temor a atentados terroristas y el pánico a una catástrofe económica, vivimos inmersos en el miedo. Miedo promovido y manipulado al servicio de intereses concretos, que busca hacer posibles unas conductas y actuaciones políticas que son claras violaciones de derechos, inadmisibles hace veinte años.

En vez de miedo, Stéphane Hessel propone indignación ciudadana (que no ira). Hessel, único redactor vivo de la Declaración Universal de Derechos Humanos, convoca a la ciudadanía indignada a la insurrección civil pacífica. Para conseguir que los intereses particulares de la minoría privilegiada se subordinen al interés general de la mayoría.

lunes, 17 de enero de 2011

La Educacón Anarquista - ÁNGEL CAPPELLETTI

Los primeros pensadores anarquistas, como Godwin, consideran que la educación es el factor principal de la transformación social y el medio más importante para llegar a una sociedad sin Estado. Se trata de una herencia de la filosofía de la Ilustración (y, en particular, del pensamiento de Helvetius), que comparten con los socialistas utópicos (Fourier, Owen, etc.).



También para Bakunin la educación reviste enorme importancia, pero, ubicado ya, como Marx, en el contexto de la lucha de clases y de la revolución social, no puede considerarla como instrumento único del cambio social.



Bakunin señala la inutilidad e incongruencia del esfuerzo de positivistas y utilitaristas (y, en general, de la burguesía progresista) por fundar escuelas y promover la educación popular: antes que proveer instrucción es preciso asegurar el pan, el vestido y la habitación, y la mayoría en las clases populares no los tienen asegurados. He aquí, pues, que para cualquier espíritu lógico y bien informado de la realidad primero será necesario promover el cambio social (que para ser efectivo deberá ser radical y no podrá lograrse sino con la revolución) y después podrá pensarse en instruir y educar al pueblo.



Este orden no es, sin embargo, absoluto, puesto que para casi todos los anarquistas (y hasta para el propio Bakunin) la revolución no puede darse sin una cierta conciencia revolucionaria, lo cual implica un mínimo de instrucción y educación. He aquí por qué Bakunin insiste al mismo tiempo en la necesidad de educar a las masas y de transformar las iglesias en escuelas de la emancipación humana; he aquí por qué una de las prioritarias exigencias de la Primera Internacional fue la educación integral e igualitaria; he aquí por qué la Comuna' en medio de su cruenta lucha, no dejó de fundar escuelas laicas y humanitaristas para la infancia parisiense; he aquí, en fin, por qué las organizaciones obreras de tendencia anarquista (como la CNT en España) no descuidaron ni en sus momentos más difíciles la creación de escuelas elementales para la educación de los trabajadores y de sus hijos.



La pedagogía libertaria parte de la idea de que el niño (el educando) no es «propiedad» de nadie, ni de sus padres, ni del Estado, ni de la Iglesia y que pertenece, como dice Bakunin, sólo a su libertad futura o, como prefieren decir otros, a su libertad actual.



La base de toda pedagogía anarquista es, obviamente, la libertad. Toda coacción y toda imposición no sólo constituyen en sí mismas violaciones a los derechos del alumno, sino que también deforman su alma para el futuro y contribuyen a crear máquinas o esclavos en lugar de hombres libres. El lema de la escuela ácrata es, por consiguiente, «a la libertad del hombre por la libertad del niño». Y aun cuando en la interpretación de este lema hay diferentes criterios (desde el de Bakunin, que considera necesario cierto uso de la autoridad para formar en el niño un carácter firme y disciplinado, hasta el de Tolstoi y otros pedagogos más recientes que excluyen absolutamente toda coacción y toda imposición), en general los anarquistas están de acuerdo en rechazar todos los modelos pedagógicos tradicionales, precisamente por sus características autoritarias y coactivas.



A una pedagogía de este tipo se acercaron notablemente desde fines del siglo XIX hasta nuestros días algunos pedagogos ajenos, en principio, al anarquismo como ideología y como filosofía político-social. Tales fueron, por ejemplo, los que fundaron en Hamburgo y otras ciudades alemanas las Gemeinschaftschule (comunidades escolares), la Kinderheim Baumbgarten en Viena, la Kearsley School, etc.; figuras como las de Ellen Key, Berthold Otto, M.A.S. Neill, etc.



El principal problema que la pedagogía declaradamente anarquista debe enfrentar, es, precisamente, el de los contenidos anarquistas de la enseñanza.



La mayoría de los pedagogos anarquistas han optado por sustituir la cosmovisión cristiana o liberal que informaba toda la enseñanza en la escuela tradicional por una cosmovisión «científica», que por lo general es más bien «cientifícista» y materialista. La enseñanza de la historia y de las ciencias sociales comprende una crítica abierta al Estado, a la Iglesia, a la Familia; se basa en la idea de la lucha de clases o, más propiamente, de la lucha de los explotados y oprimidos en general contra las clases y grupos dominantes; no evita los ataques directos contra el capitalismo, la burguesía, el clero, el ejército, etc. Esta solución, que es la de la Escuela Moderna de Francisco Ferrer, aproxima la pedagogía libertaria a la marxista. Se trata de impartir una educación clasista, socialista, definidamente ideológica.

Otros pedagogos anarquistas, en cambio, como Mella en España, consideran que una escuela verdaderamente libertaria debe ser neutra frente a cualquier filosofía o concepción del mundo, ni materialista ni espiritualista, ni atea ni teísta, etc., y que su misión esencial será formar personalidades con gran independencia y espíritu crítico, capaces de decidir por sí mismas respecto a éstos y todos los demás problemas teóricos y prácticos que deban enfrentar en su vida adulta. Desde este punto de vista, se acercan más a instituciones tales como Summerhill.



En cualquier caso, toda pedagogía anarquista considera indispensable la integración del trabajo intelectual con el trabajo manual; insiste en el valor de la experimentación personal y directa; considera el juego (aunque no el deporte puramente competitivo) como excelente medio educativo, tiende a suprimir los exámenes, las calificaciones, las competencias académicas, los premios y los castigos al mismo tiempo que fomenta la solidaridad, la curiosidad desinteresada, el ansia de saber, la libertad para pensar, escribir y construir, etc.



Extraído del Libro “La Ideología Anarquista” de Ángel Cappelletti.

Ediciones Espíritu Libertario (2001).

lunes, 10 de enero de 2011

La Historia de las cosas

El documental de 20 minutos presenta una visión crítica de la sociedad consumista. Expone las conexiones entre un gran número de problemas sociales y del ambiente, y nos convoca a todos a crear un mundo más sostenible y justo.

‎"En una época de engaño universal decir la verdad es un acto revolucionario."



jueves, 6 de enero de 2011